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jueves, 23 de marzo de 2006

I EL ENCUENTRO

No es que de esta manera comienza la historia, así es contada…




Todos los elementos estaban confinados hasta la muerte. Sólo uno de ellos sería capaz de salvarlos a todos, pero había muerto hace ya doce años. Mañana iba a ser su aniversario número 13, según los cálculos de Kloiter, su hijo menor. Los otros dos hermanos se habían perdido en la travesía hacia las Llanuras Lejanas, en donde la última de las Grandes Batallas los obligaron a separarse. Kloiter alcanzó a huir con su puñal y Aramiza, su única hermana siete años mayor que él. Sólo se recuerdan las leyendas de los Sátieris, familia del Estado Mayor, provincia que tuvo su época de oro cuando Hedfón reinaba las extensas Montañas Ferrosas, ahora llamadas Montañas Nubladas desde que comenzó la decadencia de los Kolots.

Tienes que comer algo, Aramiza – dice Kloiter – hace días que ni si quiera pruebas los gunmos[1] que te conseguí. Ya se viene La Rebelión y tienes que tener energía para alcanzar la frontera.

Es que tú no entiende lo que ocurre dentro de mi – susurra Aramiza, con cierto esfuerzo – algo me pasa. Cada vez veo menos colores en mi entorno.

Quizás debamos iniciar ahora la misión – dice Fercost – ya no aguanto más y tenemos todo listo para el ataque. Tú eres el jefe Kloiter, tu decisión es mi acción amigo mío. Tu padre era amigo de mi padre y mi lealtad para con tu familia será eterna.

El calabozo era helado y oscuro, sólo entraba un pequeño rayo de luz desde el techo, pues en batallas anteriores se había debilitado la estructura macabra de sus materiales y arquitectura, provocando grietas. Las paredes eran húmedas y resbalosas, incluso en algunas partes se podía distinguir musgo. El suelo estaba compuesto principalmente por arcilla rojiza por lo que podían deducir que estaban prisioneros al sur de la Laguna Esup, lugar donde los Weruts, pequeños animalitos de variados colores, descomponían la materia orgánica dejando sólo este material.

Realmente son muy estúpidos los Utsas al pensar que nos tendrán aquí para siempre – dice Fercost riéndose – pero lo difícil será una vez que salgamos de este inmundo hoyo, y tengamos que salir a flote. Parece que en la corteza ya no queda nada para poder esconderse, sólo nuestra destreza y acecho.

Te equivocas – exclama Kloiter – ese no es mi plan, además esas criaturas no son tan tontas como tú crees. Ellos son seres cuyos ancestros eran los Opytès...raza mediana que colindaba con el reino de Muria. Si no me haces caso, y sobre todo tú Fercost, no podremos salvar a todos, ni siquiera a nosotros mismos. Mi padre siempre me dijo que pensara primero en el resto, después en mí.

No discutan más – vuelve a susurrar Aramiza, pero esta vez con un tono mucho más claro y firme – preparémonos, ha llegado el momento. Kloiter y Grez, preocúpense de llevar al grupo más débil al noreste de la taberna. Fercost y yo iremos con los más fuertes y jóvenes a presionar por el frente norte. Nos encontraremos en la Rueda Esquema lo antes posible, ¡entendido!

En ese momento se escuchó un tronar de explosiones desde el Este, pero la oscuridad impedía distinguir que ocurría. De pronto, la grieta que se formó en el techo de desbarató formando una pared impenetrable entre los dos grupos. Eran los Gulkop que venían a destruir a los Utsas. Ellos son una raza superior a cualquiera que se les interpongan. Son de gran estatura, músculos bien desarrollados y de mucha inteligencia estratégica. Visten armaduras de oro antiguo, material impenetrable que sólo se puede conseguir y fabricar en el Bosque Eterno, lugar donde habitan desde los Inicios.

Kloiter y Grez ya habían desenvainado sus respectivos puñales. El de Kloiter era más grande y hermoso, empuñado por la enorme mano de Kojtuk, su magnífico padre. El polvo y las rocas aisladas no permitían visualizar la salida, pero Kloiter tenía un mapa mental perfecto descifrando el escape con toda su gente. Siendo él el último en salir, alcanzó a diferenciar una silueta de muchas otras que corrían desordenadamente. Era medianamente alto, cabello oscuro y largo, de grandes omóplatos y con una espada que ardía mostrándose sobre el filo la sangre derramada de los pobres seres que intentaban atacarlo. En ese momento Kloiter se arrodilló y ofreció su pequeña arma ante majestuoso personaje.

Este es nuestro fin – grita Grez lanzándose contra la enorme silueta - ¡Contra el enemigo! ¡Que nuestra dignidad y esperanza sea lo único que no nos quiten estas bestias!

En ese momento Kloiter ya se había dado cuenta de las intenciones de su amigo y estirando su mano firme, alcanzó a agarrarlo por la cintura y detenerlo.

No lo hagas – dice Kloiter haciendo un esfuerzo para tranquilizarlo – es mi padre que viene del otro lado del cielo a salvarnos. ¡Arrodíllate aquí, al lado mío!

¿Qué estás diciendo, Kloiter? Tú padre está muerto hace ya doce años, lo mató la savia negra. ¿No te acuerdas? – dice Grez- El brebaje necesario para salvar a su imperio.

Claro que me acuerdo, pero míralo, es él – dice Kloiter casi susurrando, pues no le salía la voz nítidamente – es el mismo. ¿Padre, has venido hasta aquí para ayudarme a salvarlos?

Daba la sensación de que hubiera pasado toda una vida esos cortos instantes hasta que la silueta dio su primer movimiento hacia los arrodillados. Lentamente se acercaba sin dejar de mirar a Kloiter derribando a más enemigos sin siquiera mirarlos. De pronto se detuvo a medio metro de Kloiter, extendió su mano sobre su cabeza y una voz se escuchó.

Levántate Kloiter, soy yo tu hermano mayor Áneros, hijo de Kojtuk, heredero del único trono del Sátieris – anuncia Áneros – no tienes de que preocuparte, ahora estoy contigo y juntos saldremos de estas mazmorras.

Sin decir una sola palabra Kloiter se levantó bruscamente.

¡Mi hermano está muerto! ¡No permitiré que usen su nombre indignamente! ¡Nadie está limpio de usar esas hermosas palabras! – exclamó Kloiter apoyado por Grez – tendrás que sentir mi puñal atravesar esas asquerosas entrañas.

Luego de la acción de Kloiter, Áneros detiene a ambos con el sólo movimiento de sus dos manos hacia delante. Kloiter y Grez no eran capaces de mover un solo pelo de sus cuerpos. En aquel instante Kloiter se dio cuenta que era verdad lo que ocurría y abrazándolo lo motivó a seguir peleando. Una vez en el exterior, Kloiter recordó el punto de reunión con su hermana y Fercost. Sin embargo ya era de noche y el cielo estaba ya muy nublado como para emprender el viaje. El campo de batalla estaba desolado, sólo habían restos de herramientas bélicas y uno que otro cuerpo moribundo intentando moverse. De cualquier manera los vencedores tenían que moverse hacia algún lugar seguro, fuera del alcance del ojo de Zork, lejos de los Utsas. Además rápidamente caía el calor de la guerra hasta congelarse las primeras gotas de rocío.

¿Dónde has estado todo este tiempo, Áneros? ¡te creía muerto! ¿Qué pasó con Tonstol? – dice Kloiter alegre y tristemente a la vez – no sabes por lo que he pasado. Nuestra hermana está con Fercost y los más fuertes hombres del grupo, supongo que están bien. A todo esto, ¿cómo pudiste detenerme con sólo el movimiento de tus manos? ¿Por qué emprendiste tu aventura con los Gulkop?

No tantas preguntas a la vez. Ha pasado mucho tiempo que no te veo, desde que nos emboscaron en las Llanuras Lejanas – susurra apenado Áneros – tu hermano Tonstol fue abatido por Zork esa misma tarde, salvándome mi vida por la suya. A nadie se lo he contado, pero a ti Kloiter, te lo contaré. Desde el momento que Tonstol murió en mis brazos, juré por nuestro padre que algún día te encontraría a ti y a Aramiza sanos y salvos, y volveríamos a Feirol a rehacer nuestras vidas. Pero antes es mi deber acabar con ese desgraciado demonio. Zork pagará por la vida de nuestro hermano y por todo el mal que ha hecho en el Terruño.

No me has respondido todo, Áneros – dice exhausto Kloiter – quiero que me cuentes todo.

No hermano mío, no es el momento – le susurra Áneros al oído – hoy ha sido un día muy largo y difícil. Tenemos que descansar para que mañana partamos antes del amanecer y continuar hacia la Rueda Esquema 1, para encontrarnos con tu hermana.

Y antes de que terminara de hablarle, Kloiter ya estaba durmiendo. Parecía que hace mucho tiempo no dormía tan plácidamente. Todos dormían bajo un gran árbol al comienzo de un denso bosque de grandes sequollas. El único que no descansaba y sólo realizaba guardia era Ludembarg, comandante en jefe de la escuadrilla de Gulkops. La noche era pesada y mientras se acercaba el alba, pequeños indicios de estrellas testificaban una mañana clara y calurosa.

[1] Los gunmos son frutos muy escasos que sólo los Kolots son capaces de oler en los densos bosques.

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